viernes, 29 de octubre de 2010

Te levantas, orgullosa, con lágrimas en los ojos.

Cuando con cinco años estás subida en un tobogán y miras hacia abajo, sabes que estás segura de tirarte sola, sin caerte. Confías en ti misma. Te tiras, y no pasa nada. Te tiras, y te caes, pero no pasa nada. Vuelves a intentarlo otra vez, hasta que desbocas una carcajada por haberlo conseguido tres veces seguidas, sin caerte. 
Cuando tienes ocho años y no paras de apoyarte en la pared, boca abajo y de espalda, haciendo el pino, estás creyendo en ti. Sabes que te va a salir, que lo vas a conseguir. Y entonces haces el pino, después el pino puente, la voltereta entera, y te caes. Te caes. No escuchaste cuando te decían "ten cuidado", y ahora te duele la espalda. Te duele hasta tal punto de llorar por no poder levantarte. Pero te da igual. Te da igual todo. Te dan igual las caídas, las palabras, los avisos... Y te levantas, orgullosa, con lágrimas en los ojos. 
Sabes que volverás a intentarlo hasta conseguirlo. Porque después de fallarte a ti misma, sólo tú podrás recomponerte y conseguir lo que te propongas. Da igual todo, porque al fin lo consigues. Y eso... eso no tiene precio. No lo tiene porque creer en uno mismo, confiar en ti misma es lo que va a conseguir que tú, yo y todos seamos capaces de levantarnos cada día de la cama, arrancar las nubes y dejar paso al sol.


domingo, 24 de octubre de 2010

E.

A veces el dolor se convierte en una parte tan grande de tu vida, que esperas que siempre esté ahí, porque ya no recuerdas la última vez que no estuvo en tu vida. Pero entonces, un día, sientes algo más, algo que parece malo, probablemente porque es algo desconocido. Y en ese momento, te das cuenta de que eres feliz. La felicidad nos llega de muchas formas, en la compañía de buenos amigos, en lo que sentimos cuando hacemos realidad el sueño de otra persona, en la promesa de una esperanza renovada. Es bueno que nos permitamos ser felices… Porque nunca se sabe lo fugaz que puede ser la felicidad.